Diecisiete horas

Aquella noche sí, empujado por el sofocante calor aquella noche se sentó en el balcón con un bourbon en la mano y los auriculares en las orejas. Y mientras dejaba sonar las canciones, las de la lista de los dos, reparó en que, de las diecisiete horas que llevaba despierto, había pasado las diecisiete pensando en Ella.

Había pensando, sobrepensado, imaginado, añorado, anhelado, rabiado, renunciado y claudicado, diecisiete horas daban para mucho. Pero después, cuando el bourbon hiciera su efecto, llegaría lo peor: llegarían los demonios de la tristeza y la desesperación, los demonios que solo Su amor mantenía a raya. Aquellos demonios que, una vez más, andaban libres de nuevo.

Dieciocho horas

Seguía casi sin creérselo, sin querer procesarlo por miedo a que se desvaneciera, sin apenas respirar para que aquellas dieciocho horas no terminasen nunca: Sus besos, Sus caricias, Sus miradas, Sus ganas de verle, Sus planes con él, Sus mensajes, la luz que salía de Sus ojos, la media sonrisa que le volvía loco.

Así que, por una vez, no iba a pensar, ni a analizar, ni nada de nada. Se iba a dejar llevar, iba a disfrutar cada instante que durase aquella maravillosa locura, iba a soñar dormido y despierto, sin que importase nada más en este mundo que Ella, Sus ojos y Sus labios.