Vínculo

Había cumplido su palabra, había asistido a Su cumpleaños. Y pese a los dolores, a las incomodidades, a los efectos de los medicamentos, le había merecido la pena: primero, por sentirse útil solventando pequeños contratiempos de la celebración; segundo, por el abrazo que Ella le había prometido; tercero, por el beso que casi se dieron en un cruce fortuito en la puerta del bar; y cuarto, por las miradas que Ella le dedicó durante toda la velada, aquellas miradas tan únicamente Suyas, aquellss miradas que decían tantas cosas.

Por eso, y pese a su estado de teórica convalecencia, se preparó una buena sesión de balcón, bourbon y música cuando llegó a casa: Ella era más Ella que nunca, él estaba más decidido a restablecerse de inmediato que nunca, y pese a que la celebración había terminado antes de lo deseado, él sentía el vínculo más estrecho que nunca.

Ojalá unos meses después, cuando llegase su propio cumpleaños, la sensación fuese la misma.

Vínculo

Al principio de todo, empezó a escribir en aquel Refugio para desahogarse, para dar salida a unos pensamientos , ideas y sentimientos que no podía compartir con nadie más.

Luego reapareció Ella, y el Refugio se convirtió en un monográfico, en una suerte de diario do de atesoran recuerdos, momentos, ilusiones con Ella. Incluso cabía la posibilidad de que Ella lo leyera, y así supiera todas aquellas cosas que él no podía o no se atrevía a decirle.

Pero en aquel momento, tantos años después, Ella ya no estaba ni se le esperaba, y lo único que él ansiaba era un poco de compañía, cariño y atención. Así que su Refugio comenzaba a carecer de sentido, y él de la motivación y las ideas para mantenerlo “con vida”. Por tanto se preguntaba si quizá no habría llegado el momento de cortar aquel vínculo con su pasado también.

Vínculo

No la esperaba, pero Ella apareció. Y a partir de ese momento, todo fue como siempre: hablaron, y rieron, y se miraron, y brindaron, y debatieron, y discutieron, y se enfurruñaron, y se perdonaron, y volvieron a reir, y se emborracharon, y la acompañó a casa agarrados el uno al otro para no caer, y se miraron al despedirse, y se abrazaron fuerte y largo, y, en vez de besarse, cada uno tiró para su lado.

Y como siempre, a él le faltó el aire, y le dominó la rabia, y se le hizo un nudo en la garganta, y se esforzó por no gritar, y luchó por contener las lágrimas. Y, mientras volvía a casa con el peso de todo el universo sobre los hombros, maldijo aquel amor eterno y doloroso, aquella devoción inverosímil, aquel vínculo irrompible.